Premio de Cuentos Ciudad de Marbella 2011, Categoría Infantil, Editado en la Colección Cuentos y Relatos 2008-2013 II de la Fundación José Banús y Pilar Calvo
Papá
dice
que
a
la
abuela
le
comienza
a
fallar
la
memoria...
¡y
qué
equivocado
está!
¿Problemas
de
memoria
cuando
es
capaz
de
recordar
los
céntimos
que
costaba
un
caramelo
cuando
ella
era
pequeña?
¿Mal
de
la
memoria
si
te
recita
de
un
tirón
la
lista
interminable
de
sus
novios,
con
sus
apellidos
y
"motes"
incluidos?
Y
yo
no
paro
de
hacerle pruebas para demostrar a mi padre que está en un error y a
ella… ¡le encanta!
-Abuela,
¿en
qué
año
se
acabó
la
guerra?
-En
el
39,
hija
mía-
responde
sin
dudar.
-¿Y
por
qué
rompiste
con
tu
novio
Paco,
"el
fiambres"?
-Porque
en
vez
de
invitarme
a
merendar
chocolate
con
churros
a
la
Cafetería
Manila,
me
llevaba
al
Parque
de
El
Retiro
con
un
par
de
bocadillos
de
chóped
y
una
gaseosa.
-¡Qué
roñica,
abuela!
-¡Y
qué
poco
elegante!
¡Hacer
eso
a
una
señorita
de
"morro
fino"
como
era
yo!
Pero
todas
estas
pruebas,
tan
demostrativas
para
mí,
lejos
de
convencer
a
mi
padre
le
hacen
insistir
en
su
teoría
con
gran
desesperación.
-¡Lo
que
yo
digo
es
que
no
se
acuerda
de
lo
de
ahora!
Y
si
no,
verás...
Mamá,
¿qué
has
comido
hoy?
-¿Qué?
¡Y
encima
con
recochineo!
¡Si
son
las
cuatro
de
la
tarde
y
no
hemos
probado
bocado!
¡Así
estoy
yo!
¡Totalmente
"desmayaíta"!
-Abu,
-digo
en
bajito,
como
en
secreto-,
que
ya
hemos
comido:
sopa
y
pollo
al
ajillo.
-¡Qué
tonta!
¡Es
que
hemos
almorzado
tan
pronto
que
ya
lo
tengo
en
el
dedo
gordo!
-¿Ves,
papi?
¡Se
ha
hecho
un
lío
porque
ya
está
empezando
a
tener
hambre!
Pero
mi
padre
mueve
la
cabeza
con
gesto
serio
y
a
mi
madre,
que
no
abre
nunca
la
boca
cuando
hablamos
de
la
memoria
de
la
abuela,
se
le
escapa
una
lagrimita.
Lo
cierto
es
que
mi
abuela
últimamente
hace
y
dice
cosas
mucho
más
divertidas
que
antes,
aunque
a
mis
padres
no
es
que
les
haga
mucha
gracia
que
digamos.
Todo
comenzó
con
el
misterio
de
las
"llaves
andantes".
Cada
día
que
mi
abuela
salía
de
casa,
las
llaves
saltaban
de
su
bolso
y
regresaban
a
casa.
Unas
veces
se
escondían
en
el
bolsillo
de
su
bata;
otras,
en
el
cajón
de
su
mesilla
de
noche
y,
a
veces,
desaparecían
durante
semanas.
El
misterio
de
"las
llaves
andantes"
se
complicó
con
un
nuevo
reto:
el
de
"la
cocina
tozuda".
Comenzó
a
suceder
como
pasa
con
esas
velas
que
se
ponen
en
las
tartas
de
cumpleaños
que,
si
las
soplas,
se
vuelven
a
encender.
Abu
terminaba
de
hacer
sus
sopas
o
de
calentar
su
cafetito,
y
¡zas!,
al
rato
el
fuego
se
prendía
de
nuevo.
Lo
malo
era
cuando
no
había
retirado
la
olla
y
las
lentejas
se
quemaban
o
los
huevos
estallaban
como
bombas.
En
alguna
ocasión
la
"cocina
tozuda"
dejó
que
se
escapara
el
gas...
¡y
vaya
olor!
Mi
madre
abrió
todas
las
ventanas
y
dijo
que
podía
haber
explotado
la
casa.
Abu
no
entendía
cómo
había
ocurrido
aquello,
si
ella
no
recordaba
haberla
dejado
encendida.
¡Esa
cocina
"tozuda"
casi
nos
la
juega!
Pero
bueno,
no
nos
vino
mal,
porque
así
estrenamos
una
placa
de
vitrocerámica,
aunque
es
tan
moderna
que
a
Abu
le
da
miedo
tocarla,
como
el
microondas,
al
que
también
tiene
cierto
respeto.
Ahora,
echo
de
menos
jugar
a
los
bomberos:
salir
corriendo
con
la
sartén
en
llamaradas
y
el
filete
carbonizado
y
ponerla
bajo
el
grifo;
oír
el
estallar
de
la
olla
a
presión,
como
un
volcán
en
erupción
y
descubrir
las
judías,
las
zanahorias
y
los
trocitos
de
carne
pegados
a
las
paredes,
y
luego,
subirme
a
la
escalera
para
limpiar
los
tomatazos
del
techo
mientras
Abu
me
sujeta
las
piernas
para
no
caerme.
Por
si
fuera
poco,
los
grifos
se
aliaron
al
desconcierto
general
¿Por
qué
ese
empeño
en
desobedecer
a
la
abuela?
Ella,
que
era
la
más
limpia,
siempre
oliendo
a
jabón
y
colonia
de
lavanda,
tuvo
que
enfrentarse
a
una
nueva
prueba:
"las
cataratas
domésticas".
Muchas
veces
cuando
quería
darse
un
baño,
¡hala!,
el
agua
se
desbordaba
y
salía
por
el
pasillo,
y
continuaba
hasta
el
salón...
Yo
me
ponía
mis
aletas
y
las
gafas
de
buzo
y
me
dirigía
como
una
valiente
a
cerrar
el
grifo.
Luego
ayudaba
a
Abu
a
vaciar
cubos,
cubrir
el suelo de las habitaciones con toallas que, al empaparse, pesaban
como muertos, y rematábamos
la
faena
con
la
fregona.
Pero
un
día
el
techo
del
vecino
de
abajo
se
llenó
de
nubecitas
marrones
y
se
chivó
a
mis
padres.
Se
acabó
también
el
buceo
y
la
natación
casera
porque
le
prohibieron
a
Abu
bañarse
cuando
no
estuvieran
ellos.
El
dinero
de
la
abuela
sufrió
un
extraño
encantamiento.
Salvo
en
"la
pelu"
de
Pili
donde
se
empeñó
en
pagar
dos
veces
y
en
la
Panadería
de
Paco,
donde
le
entregó
uno
de
los
billetes
gordos
y
se
fue
sin
la
vuelta,
(que
nos
la
dio
el
pobre
tras
una
carrera
por
la
calle),
si
Abu
salía
sola
por
ahí
a
comprarse
unas
medias
o
lo
que
fuera,
el
dinero
desaparecía
de
su
bolso.
Ella
llamaba
a
este
extraño
suceso
"evaporación".
En
alguna
ocasión
que
la
acompañaba
al
banco,
yo
veía
cómo
Abu
dejaba
el
dinero
en
el
cajero
sin
recogerlo.
Como
es
tan
buena
y
generosa
yo
creía
que
lo
hacía
para
regalárselo
al
siguiente.
Y
a
mí
pasó
de
darme
dos
euros
de
propina
los
domingos
a
un
billete
grande
de
color
azul.
Hasta
que
su
pensión
cada
vez
le
duraba
menos
y
mis
padres
tomaron
cartas
en
el
asunto.
Ahora,
ella,
como
yo,
también
recibe
propina
los
domingos.
Ya
no
puede
ir
al
banco,
ni
a
comprarse
medias.
Y
si
va
a
la
"pelu"
de
Pili
o
a
la
Panadería
de
Paco,
lo
deja
a
deber
y
mis
padres
lo
pagan
más
tarde.
Ella
sigue
diciendo
que
el
"dinero
se
le
evapora",
que
no
es
que
lo
pierda
ni
lo
gaste,
pero
aun
así,
ellos
no
dan
su
brazo
a
torcer.
¿Y
qué
culpa
tiene
ella
de
que
el
dinero
se
le
evapore,
que
las
llaves
se
marchen
de
su
bolso,
que
las
cocinas
se
enciendan
solas
y
que
el
agua
se
escape
a
chorros
por
los
grifos?
Pues
no
la
entienden
y
encima,
la
castigan
sin
poder
hacer
lo
que más le gusta.
A
Abu
le
encanta
jugar
al
"Disco
Rayado".
Cuenta
una
historia
y
a
los
diez
minutos
la
vuelve
a
contar:
la
misma,
con
pelos
y
señales.
Suelen
tratarse
de
cosas
raras
pasadas
en
épocas
lejanas,
o
de
risa.
También
hay
algunas
de
pena,
muy
penosa,
la
verdad.
Otro
juego
que
se
le
da
muy
bien
es
"Por
un
oído
me
entra
y
por
otro
me
sale",
que
consiste
en
preguntarle
o
comentarle
cualquier
cosa
y
ella
actuar
como
si
no
te
hubiera
entendido.
Hay
uno
que
a
mis
padres
les
pone
de
muy
mal
humor
que
se
llama
"Las
adivinanzas
de
las
medicinas",
donde
la
abuela
les
toma
el
pelo
haciéndose
la
tonta
sobre
si
se
ha
tomado
o
no
las
píldoras
por
la
mañana,
al
mediodía
o
por
la
noche.
Y
el
que
a
mi
más
gracia
me
hace
es
''Tu
cara
me
suena,
forastero",
con
el
que
vacila
a
los
amigos
y
a
la
familia
haciendo
que
no
les
conoce
o
diciéndoles
que
no
"cae"
en
ese
momento
quiénes
son.
Conmigo
lo
ha
intentado
un
par
de
veces,
llamándome
"hermana"
o
"hija",
pero
siempre
le
digo
que
a
mí
no
me
engaña,
que
conozco
muy
bien
de
qué
va
su
juego.
"Estrenamos
programa"
es
el
que
se
ha
inventado
para
cuando
vemos
la
televisión.
Abu
hace
como
si
cada
programa
fuera
nuevo
y
yo
le
tengo
que
hablar
sobre
los
personajes,
los
actores,
y
lo
que
pasó
en
el capítulo
anterior.
"La
ropa
del
revés"
es
de
los
más
últimos.
Se
le
ocurrió
una
mañana.
Llegué
a
su
cuarto
a
buscarla
para
desayunar
y
ahí
estaba
ella,
con
el
sujetador
y
la
ropa
interior
encima
de
la
blusa
y
de
la
falda,
con
una
zapatilla
de
casa
y
una
bota,
y
mi
gorro
de
lana
en
su
cabeza.
"Los
invitados
imaginarios"
me
da
un
poco
de
miedo
pero
es
el
favorito
de
Abu.
Se
pone
a
hablar
con
personajes
invisibles
que
ha
conocido
a
lo
largo
de
su
vida.
Se
ríe,
llora,
charla
y
pelea
con
ellos.
Me
los
presenta
siempre
y
como
la
mayoría
son
personas
que
han
muerto,
me
dan
como
escalofríos.
Aquí
es
donde
mi
abuela
demuestra
sus
grandes
dotes
de
actriz.
Oye,
parece
que
los
está
viendo.
Lo
malo
es
cuando
se
empeña
en
invitarlos
a
merendar
y
saca
la
"vajilla
buena",
porque
siempre
hay
una
tacita
o
un
plato
que
se
rompe.
Yo
me
suelo
echar
la
culpa
de
cara
a
mis
padres,
pero
después
me
ponen
unos
castigos
de
aquí
te
espero.
En
las
últimas
semanas
le
ha
dado
por
"Soy
un
robot
desconectado",
aunque
todavía
no
lo
he
pillado
muy
bien.
Sólo
se
que
se
queda
mudita
y
con
la
mirada
como
vacía,
y
yo
le
canto,
le
grito,
la
beso,
le
tiro
del
pelo
flojito,
y
hasta
que
no
le
hago
muchas
cosquillas
no
responde
y
a
menudo
ni
con
esas.
Parece
como
si
se
durmiera
la
siesta
con
los
ojos
abiertos.
Quizá
sea
eso
y
me
haya
confundido
de
juego.
¡Cómo
tengo
que
adivinar
siempre
las
instrucciones
y
ponerle
nombre!
Antes
nuestra
vida
era
mucho
más
aburrida.
Casi
no
jugábamos
juntas
y
cuando
lo
hacíamos
era
a
cosas
muy
corrientes:
las
cartas,
el
parchís,
la
casitas,
las
muñecas...
Ahora
inventamos
muchas
formas
de
entretenemos:
ella
me
da
la
pista
y
yo
le
sigo
la
corriente
hasta
donde
quiera
llevarme.
Así
que
cuando
mis
padres
les
dicen
a
las
visitas
que
Abu
se
está
haciendo
mayor,
pienso
que
están
muy
equivocados
porque
lo
que
se
está
haciendo
es
menor.
Cada
día
le
gusta
más
jugar,
pone
pegas
para
irse
a
dormir
y
para
levantarse,
ya
no
le
hace
tanta
gracia
eso
de
ir
tan
relimpia
y,
que
quede
entre
nosotros,
hace
las
letras
peor
que
yo
y
ha
empezado
a
leer
muy
raro.
He
tenido
que
enseñarle
a
atarse
los
cordones
y
a
pelar
la
fruta.
Y
lo
más
claro:
ha
vuelto
a
usar
"dodotis"
por
las
noches.
¡En
fin,
si
esto
no
es
hacerse
menor!
A
mí
me
alegra
mucho
porque
es
como
si
nos
fuéramos
acercando
la
una
a
la
otra,
yo
hacia
arriba
y
ella
hacia
abajo.
Ya
no
es
ella
la
que
me
vigila
a
mí,
ahora
yo
también
la
tengo
que
vigilar
a
ella,
y
entre vigilancia y vigilancia nos lo pasamos genial.
Aunque
últimamente
Abu
ha
"desaprendido"
muchas
cosas
con
esa
manía
que
le
ha
dado
por
hacerse
bebé.
Algunas
tarde
vienen
sus
amigas
a
visitarla,
pero
las
reales
no
las imaginarias y hablan de un tal Al Zheimer que se ha llevado todos
sus recuerdos. Yo no
sé
quién
ese
señor,
ni
quién
le
ha
dejado
entrar,
aunque
seguramente
sería
mi
abuela
porque
le
dio
por
abrirle
la
puerta
a
cualquiera.
Tampoco
sé
por
qué
querría
sus
recuerdos,
quizá
porque
tenía
muchos
y
muy
bonitos,
Pero
no
me
importa
porque
yo
me
estoy
encargando
de
rellenarle
la
memoria.
Todas
las
tardes,
a
la
vuelta
de
el
"cole",
cojo
los
álbumes
y
página
a
página
le
voy
enseñando
las
fotos:
la
de
su
Primera
Comunión,
la
de
la
boda
con
el
abuelo
Antonio…
Después
le
suelo
contar
historias
de
su
juventud,
esas
que
ella
me
repitió
tantas
veces:
cuando
se
escapó
el
toro
en
la
verbena
de
su
pueblo,
cuando
casi
se
cae
al
Río
Manzanares
examinándose
del
carné
de
conducir...
Y
para
terminar,
le
canturreo
algunas
cancioncillas
que
a
ella
le
gustan:
"Buscando
en
el
baúl
de
los
recuerdos",
"Eva
María
se
fue".
Luego,
la
dejo
un
rato
tranquila
para
que
los
recuerdos
se
le
queden
grabados
y
hay
veces
que
la
escucho
repetir
un
estribillo
o
decir
un
nombre.
Mis
padres
siguen
insistiendo
que
se
nos
va
porque
se
ha
ido
haciendo
mayor,
pero
a
mí
no
hay
quien
me
quite
de
la
cabeza
que
si
Abu
se
va
es
porque
se
ha
ido
haciendo
menor,
hasta
que
sea
tan
pequeña
que
desaparezca.
Y
cuando
llegue
ese
día
la
echaré
mucho
de
menos,
pero
dentro
de
mí
seguirán sus
historias,
sus
canciones,
su
risa,
su
voz...
Todo lo
que
ella
me
contó
y
lo
que
disfrutamos
juntas.
Todo
lo
que
ese
Al
Zheimer
intentó
robarle
sin
darse
cuenta
de
que
los
recuerdos
de
Abu
son
imborrables,
porque
ahora
están
guardados
en
mi
memoria.
Tan conmovedor...
ResponderEliminarEn"El país del agua" , una novela que leí hace tiempo , Graham Swift dice que cuando no entendemos por qué ocurre algo nos inventamos una historia,pero en todas hay una pizca de verdad.
También dice que se recurre a la fantasía para llenar un espacio vacío de la realidad.Para poder hacer frente a ella.
Tú eres una de las personas que transforma la realidad al contar la de una manera tan genuina. Precioso cuento, o me extraña que te dieram un premio !!
Precioso, Eva, tierno, es todo amor.
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