lunes, 31 de marzo de 2014

DESMEMORIAS DE UNA ABUELA OLVIDADIZA

  Premio de Cuentos Ciudad de Marbella 2011, Categoría Infantil, Editado en la Colección Cuentos y Relatos  2008-2013 II de la Fundación José Banús y Pilar Calvo
 

Papá dice que a la abuela le comienza a fallar la memoria... ¡y qué equivocado está!

¿Problemas de memoria cuando es capaz de recordar los céntimos que costaba un caramelo cuando ella era pequeña? ¿Mal de la memoria si te recita de un tirón la lista interminable de sus novios, con sus apellidos y "motes" incluidos? Y yo no paro de hacerle pruebas para demostrar a mi padre que está en un error y a ella… ¡le encanta!
-Abuela, ¿en qué año se acabó la guerra?

-En el 39, hija mía- responde sin dudar.

-¿Y por qué rompiste con tu novio Paco, "el fiambres"?

-Porque en vez de invitarme a merendar chocolate con churros a la Cafetería Manila, me llevaba al Parque de El Retiro con un par de bocadillos de chóped y una gaseosa.
-¡Qué roñica, abuela!

-¡Y qué poco elegante! ¡Hacer eso a una señorita de "morro fino" como era yo!

Pero todas estas pruebas, tan demostrativas para mí, lejos de convencer a mi padre le hacen insistir en su teoría con gran desesperación.
-¡Lo que yo digo es que no se acuerda de lo de ahora! Y si no, verás... Mamá, ¿qué has comido hoy?
-¿Qué? ¡Y encima con recochineo! ¡Si son las cuatro de la tarde y no hemos probado bocado! ¡Así estoy yo! ¡Totalmente "desmayaíta"!
-Abu, -digo en bajito, como en secreto-, que ya hemos comido: sopa y pollo al ajillo.

-¡Qué tonta! ¡Es que hemos almorzado tan pronto que ya lo tengo en el dedo gordo!

-¿Ves, papi? ¡Se ha hecho un lío porque ya está empezando a tener hambre!

Pero mi padre mueve la cabeza con gesto serio y a mi madre, que no abre nunca la boca cuando hablamos de la memoria de la abuela, se le escapa una lagrimita.

Lo cierto es que mi abuela últimamente hace y dice cosas mucho más divertidas que antes, aunque a mis padres no es que les haga mucha gracia que digamos.
Todo comenzó con el misterio de las "llaves andantes". Cada día que mi abuela salía de casa, las llaves saltaban de su bolso y regresaban a casa. Unas veces se escondían en el bolsillo de su bata; otras, en el cajón de su mesilla de noche y, a veces, desaparecían durante semanas.
El misterio de "las llaves andantes" se complicó con un nuevo reto: el de "la cocina tozuda". Comenzó a suceder como pasa con esas velas que se ponen en las tartas de cumpleaños que, si las soplas, se vuelven a encender. Abu terminaba de hacer sus sopas o de calentar su cafetito, y ¡zas!, al rato el fuego se prendía de nuevo. Lo malo era cuando no había retirado la olla y las lentejas se quemaban o los huevos estallaban como bombas. En alguna ocasión la "cocina tozuda" dejó que se escapara el gas... ¡y vaya olor! Mi madre abrió todas las ventanas y dijo que podía haber explotado la casa.
Abu no entendía cómo había ocurrido aquello, si ella no recordaba haberla dejado encendida. ¡Esa cocina "tozuda" casi nos la juega! Pero bueno, no nos vino mal, porque así estrenamos una placa de vitrocerámica, aunque es tan moderna que a Abu le da miedo tocarla, como el microondas, al que también tiene cierto respeto. Ahora, echo de menos jugar a los bomberos: salir corriendo con la sartén en llamaradas y el filete carbonizado y ponerla bajo el grifo; oír el estallar de la olla a presión, como un volcán en erupción y descubrir las judías, las zanahorias y los trocitos de carne pegados a las paredes, y luego, subirme a la escalera para limpiar los tomatazos del techo mientras Abu me sujeta las piernas para no caerme.
Por si fuera poco, los grifos se aliaron al desconcierto general ¿Por qué ese empeño en desobedecer a la abuela? Ella, que era la más limpia, siempre oliendo a jabón y colonia de lavanda, tuvo que enfrentarse a una nueva prueba: "las cataratas domésticas". Muchas veces cuando quería darse un baño, ¡hala!, el agua se desbordaba y salía por el pasillo, y continuaba hasta el salón... Yo me ponía mis aletas y las gafas de buzo y me dirigía como una valiente a cerrar el grifo. Luego ayudaba a Abu a vaciar cubos, cubrir el suelo de las habitaciones con toallas que, al empaparse, pesaban como muertos, y rematábamos la faena con la fregona. Pero un día el techo del vecino de abajo se llenó de nubecitas marrones y se chivó a mis padres. Se acabó también el buceo y la natación casera porque le prohibieron a Abu bañarse cuando no estuvieran ellos.
El dinero de la abuela sufrió un extraño encantamiento. Salvo en "la pelu" de Pili donde se empeñó en pagar dos veces y en la Panadería de Paco, donde le entregó uno de los billetes gordos y se fue sin la vuelta, (que nos la dio el pobre tras una carrera por la calle), si Abu salía sola por ahí a comprarse unas medias o lo que fuera, el dinero desaparecía de su bolso. Ella llamaba a este extraño suceso "evaporación". En alguna ocasión que la acompañaba al banco, yo veía cómo Abu dejaba el dinero en el cajero sin recogerlo. Como es tan buena y generosa yo creía que lo hacía para regalárselo al siguiente. Y a pasó de darme dos euros de propina los domingos a un billete grande de color azul. Hasta que su pensión cada vez le duraba menos y mis padres tomaron cartas en el asunto. Ahora, ella, como yo, también recibe propina los domingos. Ya no puede ir al banco, ni a comprarse medias. Y si va a la "pelu" de Pili o a la Panadería de Paco, lo deja a deber y mis padres lo pagan más tarde. Ella sigue diciendo que el "dinero se le evapora", que no es que lo pierda ni lo gaste, pero aun así, ellos no dan su brazo a torcer. ¿Y qué culpa tiene ella de que el dinero se le evapore, que las llaves se marchen de su bolso, que las cocinas se enciendan solas y que el agua se escape a chorros por los grifos? Pues no la entienden y encima, la castigan sin poder hacer lo que más le gusta.
A Abu le encanta jugar al "Disco Rayado". Cuenta una historia y a los diez minutos la vuelve a contar: la misma, con pelos y señales. Suelen tratarse de cosas raras pasadas en épocas lejanas, o de risa. También hay algunas de pena, muy penosa, la verdad. Otro juego que se le da muy bien es "Por un oído me entra y por otro me sale", que consiste en preguntarle o comentarle cualquier cosa y ella actuar como si no te hubiera entendido. Hay uno que a mis padres les pone de muy mal humor que se llama "Las adivinanzas de las medicinas", donde la abuela les toma el pelo haciéndose la tonta sobre si se ha tomado o no las píldoras por la mañana, al mediodía o por la noche. Y el que a mi más gracia me hace es ''Tu cara me suena, forastero", con el que vacila a los amigos y a la familia haciendo que no les conoce o diciéndoles que no "cae" en ese momento quiénes son. Conmigo lo ha intentado un par de veces, llamándome "hermana" o "hija", pero siempre le digo que a no me engaña, que conozco muy bien de qué va su juego.
"Estrenamos programa" es el que se ha inventado para cuando vemos la televisión. Abu hace como si cada programa fuera nuevo y yo le tengo que hablar sobre los personajes, los actores, y lo que pasó en el capítulo anterior.
"La ropa del revés" es de los más últimos. Se le ocurrió una mañana. Llegué a su cuarto a buscarla para desayunar y ahí estaba ella, con el sujetador y la ropa interior encima de la blusa y de la falda, con una zapatilla de casa y una bota, y mi gorro de lana en su cabeza.
"Los invitados imaginarios" me da un poco de miedo pero es el favorito de Abu. Se pone a hablar con personajes invisibles que ha conocido a lo largo de su vida. Se ríe, llora, charla y pelea con ellos. Me los presenta siempre y como la mayoría son personas que han muerto, me dan como escalofríos. Aquí es donde mi abuela demuestra sus grandes dotes de actriz. Oye, parece que los está viendo. Lo malo es cuando se empeña en invitarlos a merendar y saca la "vajilla buena", porque siempre hay una tacita o un plato que se rompe. Yo me suelo echar la culpa de cara a mis padres, pero después me ponen unos castigos de aquí te espero.
En las últimas semanas le ha dado por "Soy un robot desconectado", aunque todavía no lo he pillado muy bien. Sólo se que se queda mudita y con la mirada como vacía, y yo le canto, le grito, la beso, le tiro del pelo flojito, y hasta que no le hago muchas cosquillas no responde y a menudo ni con esas. Parece como si se durmiera la siesta con los ojos abiertos. Quizá sea eso y me haya confundido de juego. ¡Cómo tengo que adivinar siempre las instrucciones y ponerle nombre!
Antes nuestra vida era mucho más aburrida. Casi no jugábamos juntas y cuando lo hacíamos era a cosas muy corrientes: las cartas, el parchís, la casitas, las muñecas... Ahora inventamos muchas formas de entretenemos: ella me da la pista y yo le sigo la corriente hasta donde quiera llevarme. Así que cuando mis padres les dicen a las visitas que Abu se está haciendo mayor, pienso que están muy equivocados porque lo que se está haciendo es menor. Cada día le gusta más jugar, pone pegas para irse a dormir y para levantarse, ya no le hace tanta gracia eso de ir tan relimpia y, que quede entre nosotros, hace las letras peor que yo y ha empezado a leer muy raro. He tenido que enseñarle a atarse los cordones y a pelar la fruta. Y lo más claro: ha vuelto a usar "dodotis" por las noches. ¡En fin, si esto no es hacerse menor! A me alegra mucho porque es como si nos fuéramos acercando la una a la otra, yo hacia arriba y ella hacia abajo. Ya no es ella la que me vigila a mí, ahora yo también la tengo que vigilar a ella, y entre vigilancia y vigilancia nos lo pasamos genial.
Aunque últimamente Abu ha "desaprendido" muchas cosas con esa manía que le ha dado por hacerse bebé. Algunas tarde vienen sus amigas a visitarla, pero las reales no las imaginarias y hablan de un tal Al Zheimer que se ha llevado todos sus recuerdos. Yo no quién ese señor, ni quién le ha dejado entrar, aunque seguramente sería mi abuela porque le dio por abrirle la puerta a cualquiera. Tampoco por qué querría sus recuerdos, quizá porque tenía muchos y muy bonitos, Pero no me importa porque yo me estoy encargando de rellenarle la memoria. Todas las tardes, a la vuelta de el "cole", cojo los álbumes y página a página le voy enseñando las fotos: la de su Primera Comunión, la de la boda con el abuelo Antonio… Después le suelo contar historias de su juventud, esas que ella me repitió tantas veces: cuando se escapó el toro en la verbena de su pueblo, cuando casi se cae al Río Manzanares examinándose del carné de conducir... Y para terminar, le canturreo algunas cancioncillas que a ella le gustan: "Buscando en el baúl de los recuerdos", "Eva María se fue". Luego, la dejo un rato tranquila para que los recuerdos se le queden grabados y hay veces que la escucho repetir un estribillo o decir un nombre.
Mis padres siguen insistiendo que se nos va porque se ha ido haciendo mayor, pero a no hay quien me quite de la cabeza que si Abu se va es porque se ha ido haciendo menor, hasta que sea tan pequeña que desaparezca. Y cuando llegue ese día la echaré mucho de menos, pero dentro de mí seguirán sus historias, sus canciones, su risa, su voz... Todo lo que ella me contó y lo que disfrutamos juntas. Todo lo que ese Al Zheimer intentó robarle sin darse cuenta de que los recuerdos de Abu son imborrables, porque ahora están guardados en mi memoria.

2 comentarios:

  1. Tan conmovedor...
    En"El país del agua" , una novela que leí hace tiempo , Graham Swift dice que cuando no entendemos por qué ocurre algo nos inventamos una historia,pero en todas hay una pizca de verdad.
    También dice que se recurre a la fantasía para llenar un espacio vacío de la realidad.Para poder hacer frente a ella.

    Tú eres una de las personas que transforma la realidad al contar la de una manera tan genuina. Precioso cuento, o me extraña que te dieram un premio !!

    ResponderEliminar
  2. Precioso, Eva, tierno, es todo amor.

    ResponderEliminar